CLARISA Y RAÚL - PARTE II
- Úrsula0208
- 11 may 2020
- 7 Min. de lectura
ESCENA III Clarisa seguía sentada en el mismo banco de la estación sin atreverse a moverse, no creía que sus piernas soportaran el peso de su dolor, sentía que su cuerpo se derrumbaría si de allí se movía; no lo hizo, allí se quedó tratando de recuperar la calma y la cordura para poder retornar a su mundo real, tan real ahora que le atormentaba. En medio de su llanto y su debilidad, entendió que debía reaccionar, ya eran casi las cuatro de la tarde, los chicos no tardarían en llegar a casa y llamarle para contarle todo lo ocurrido, relatarle uno a uno los acontecimientos de su día, y ella como siempre, debía escucharles atentamente, dedicarse a ellos y demostrarles su amor en palabras mientras volvían a encontrarse en casa. Se había escapado un momento de la oficina para hablar con Raúl quien angustiado le había pedido se viesen porque era importante. Ya debían estar preguntado por ella, así que debía volver a terminar su día de trabajo, responder e-mails, atender el teléfono, reunirse con su jefe a coordinar actividades, en fin….la responsabilidad de su trabajo. En la noche luego del trabajo, debería llegar a casa como siempre para hacer la cena, chequear tareas de los chicos, jugar con ellos, hacer los oficios que tanto odiaba, hablar con su madre por teléfono, recibir a su esposo -y asumir su indiferencia- cuando llegase del trabajo. ¿Qué podría hacer? ¿Cómo podría enfrentar la vida desde ahora sin él, sin su razón de existir? No lo sabía, por ahora su única alternativa era encontrar las fuerzas suficientes para sobreponerse al impacto y regresar a la realidad, esa realidad que en ese momento era una pesadilla de terror. Se incorporó asumiendo su verdad, decidida a enfrentarla, aunque no estaba segura si lo lograría. Entró a su oficina disimulando el llanto de sus ojos detrás de los lentes que enmarcaban su rostro blanco y diáfano, ahora triste y sin brillo alguno. Varios mensajes le esperaban, preguntas, consultas, una reunión, un compromiso, tenía poco tiempo para hacer todo eso. Entre los mensajes pendientes había un mensaje de su esposo, siempre tierno y comprensivo –Clarisa, espero que no hayas olvidado la cena de esta noche en casa…encárgate de todo, no quiero inconvenientes, esto es muy importante para mi…llegaré con mis invitados a las ocho de la noche…no me puedes fallar!!!- No podía creerlo, lo había olvidado por completo; tendría que tener todo listo, de otra forma el problema sería mayúsculo y la verdad, no tenía ánimos de enfrentarlo. No hubo más remedio, a trabajar y luego a preparar la cena “tan importante para Martín”. ESCENA IV Recordó entonces, ese día en que sin pensarlo y sin proponérselo, en medio de un almuerzo sus ojos se enfrentaron y sin hablar entendieron lo que estaba sucediendo, el amor había surgido entre los dos tan suave y delicadamente que no lo pudieron evitar. Con un asomo de temor y nerviosismo, sus labios se fueron acercando hasta fundirse en un beso que erizó la piel y despertó las ansias dormidas desde hacía mucho, mucho tiempo. A partir de ese momento no hubo nada ni nadie más importante para ellos, que ellos mismos; siempre había algo de que hablar, siempre había algo que decirse, algo que demostrar, algo que sentir. Parecían dos adolescentes que recién descubrían las mieles del primer amor y lo vivían plenamente, sin remordimientos, sin presiones, sin intención diferente a aquella de ser felices, así fuera momentáneamente. Cada cual en su propia vida experimentaba a su manera ese amor que había surgido de la nada y sin darse cuenta. Todo perdía importancia y sentido cuando estaban juntos, cuando se besaban, cuando se acariciaban, cuando se amaban…solo existían ellos dos, Clarisa y Raúl…ese era su mundo y su infinito. Ni siquiera las vidas paralelas que ambos debían vivir, ahuyentaba de sus corazones y de sus mentes, la felicidad que se proporcionaban mutuamente. Cada instante compartido era el mejor de todos, cada beso regalado a escondidas del mundo era el manjar más exquisito probado por alguien, cada caricia a oscuras entre sábanas de piel era la felicidad completa. Clarisa sentía su pecho latir con fuerza al escuchar su voz en el teléfono, la reconocía entre miles así Raúl tratara de cambiarla para bromear; no podía…ella le conocía mejor que a nadie. Podían mutuamente interpretar sus estados de ánimo con solo escuchar sus voces, no podían ocultarse nada, simplemente porque todo era sinceridad y amor entre ellos. Clarisa sentía su cuerpo vibrar y su vida renacer ante este amor que le había devuelto las ganas de vivir, de amar, de ser amada. Raúl no podía disimular su felicidad, sus actitudes ante la vida y sus propios pensamientos habían cambiado. Era toda una experiencia y una aventura, desaparecerse por horas, esconderse de todo y de todos, para dedicarse a amarse, entregarse la vida entera entre sábanas cálidas y cuerpos ardientes, vivientes. Y era luego para ambos, una tortura volver a la realidad, cruel y mortalmente insípida, sin color, sin fuego, sin amor…sin ellos. Los días y los meses se convertían en felicidad y amargura…todo a la vez; se necesitaban y se amaban cada vez más, pero la realidad les atropellaba de frente cada momento. Llegó el terrible instante en el que se debían tomar decisiones y enfrentar las cosas como eran y fue Raúl quien tomó la decisión. Sus motivos fueron varios y aunque Clarisa moría por dentro, los entendía y los aceptó, sabía que si ella hubiera tenido el valor que él tuvo, esa misma habría sido su decisión. Había muchas cosas de por medio que no podían obviarse ni ignorarse, muchas personas habrían salido heridas, sobre todo los hijos y eso era algo que ninguno de los dos hubiera podido soportar. Era preferible sufrir solos y en silencio, seguir sus vidas como eran antes de conocerse y guardar las apariencias; esa sería su cuota de sacrificio por siempre…amarse sin poder amarse, vivir sin vivir realmente, dejar dormir al corazón y solo recordarse.
ESCENA V
El tiempo había pasado velozmente, aunque para Clarisa había sido tan lento que podía contar las horas, los días, los meses y los años, uno a uno con total certeza de no equivocarse. Todo a su alrededor era igual, su trabajo, su jornada, sus actividades…todo era igual, todo era insoportable. La soledad había invadido su alma y su corazón, no tenía interés por nada más que sus hijos, quienes llenaban (hasta cierto punto) con su amor, todos esos vacíos que le hacían llorar en las noches, acompañada de su almohada.
Habían pasado cinco años desde su triste despedida de Raúl y era aún ese día, el sueño repetido noche a noche, el dolor constante en su vida. No pasaba un solo día en que los recuerdos no le invadieran, en que Raúl no estuviese en su corazón y en su mente.
¿Dónde estaría en esos momentos? ¿Cómo estaría sin ella? ¿Aún pensaría en ella, como ella en él?
No podía saberlo, él había desaparecido de su vida tan rápido como apareció. Luego de su despedida, Clarisa se enteró de su renuncia al trabajo y nunca más supo de él. Aún así, todavía guardaba en su corazón la esperanza de volverle a ver o por lo menos, escuchar nuevamente su voz. Cada día comenzaba con la ilusión de verle y terminaba con el dolor de no haberlo logrado.
Se sentía tan sola que pocas cosas le importaban. El brillo de sus ojos ya no existía; la gente se daba cuenta de ello y aunque trataban de disimularlo, Clarisa sentía la lástima en sus miradas y comentarios. Tampoco eso le importaba, todo para ella era un sinsentido total. Eran tantas las cosas que habían sucedido en su vida durante esos años, que no sabía cómo hasta ese día, se había mantenido en pie.
Luego de su separación de Raúl, había tenido que afrontar la terrible enfermedad y partida de su padre como consecuencia de esta; un golpe tan duro para ella que prefería no pensarlo porque su piel se erizaba y su corazón se encogía fuertemente. Vino entonces una crisis económica que debió sortear de mil maneras, hasta recuperarse un poco y poder salir adelante, y aunque todavía debía saldar algunas deudas pendientes, la situación había mejorado bastante.
Y finalmente, llegó el golpe fatal que acabó con todo aquello por lo que tanto había luchado y por lo que había perdido a Raúl. Tres años hacía que Martín le había abandonado; había huido detrás de una mujer más joven que alteró su vida y su comportamiento. Le abandonó con sus hijos sin más explicaciones que una carta escrita velozmente tratando de justificar su actuar culpando a Clarisa, algo que por demás, no le extrañó a ella, era típico de su forma de ser. Lo que si le sorprendió, fue que ni siquiera se despidió de los niños, pues ellos siempre habían sido su razón y su mayor orgullo. La batalla legal para obtener luego la separación fue dura, costosa y muy dolorosa para ella y sus hijos.
Logró su separación definitiva un año después; tuvo que trabajar muy duro para recuperarse anímicamente tanto ella como a los niños y aunque se sentía tranquila y mucho mejor al respecto, en su corazón había un vacío tan profundo que solo Raúl podría llenar, pero él no estaba a su lado para ayudarla.
Eran las cuatro de la tarde de un viernes, por fin un fin de semana libre para ella y los chicos; deseaba que terminara pronto pero no, las horas transcurrían lentamente como siempre los últimos cinco años de su vida.
De repente sonó el teléfono y de un salto reaccionó, saliendo de la profundidad de sus pensamientos. ¿Quién podría llamar a esa hora y ese día? No quería hablar con nadie.
Con una mueca de disgusto y a desgano, levantó el auricular. La voz tras el teléfono movió de tal forma las fibras de su cuerpo que tembló sin poder evitarlo, su corazón dio un vuelco, se cortó su respiración, no podía reaccionar. Volvió a escuchar la voz y no podía creer lo que escuchaba:
- Clarisa mi amor, ¿estás ahí? Soy Raúl!!!
FIN
Abril de 2.005

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